Para algunos, una potencia imperialista de Medio Oriente; para otros el oasis de la tecnología, un país lejano con población de rasgos familiares o la organización a niveles estratosféricos que solo la vulnera una catástrofe. Para el futbolero, Japón es el anhelo máximo de satisfacción que puede existir. Es la Meca.
Con una particularidad que lo vuelve popular: el 90% de los
equipos argentinos cree que puede llegar en algún momento. Y si nos dirige
aquél y mantenemos la base, quien te dice con la venta de un pibe de inferiores
traemos 3 figuras, con una inversión de un jeque árabe (?) o haciendo de la
localía un fortín donde el rival se vaya como los invasores ingleses del siglo XIX. Ilusiones para todos, acceso real para pocos.
Para los que superamos la barrera de los 30, ser de River fue
durante gran parte de nuestra vida nutrir de jugadores a la selección, salir
campeón cada 3 días, tricampeón, tirarse un pedo y clavarla al ángulo, ser primer
mundo en un contexto social que descendía a diario. Fuimos forjando una
soberbia individualista - en un deporte grupal - que no nos dejó parar a tiempo la debacle
paulatina de la segunda mitad de los 2000. Entre canjes inescrupulosos, barras,
periodistas y dirigentes al servicio de sus bolsillos, refuerzos envueltos en
humo y caprichos dañinos nos fuimos desperdigando en pedacitos.
De imaginarlo como decantación en los 90, quedaba mucho más
lejos Japón de los más de 18.000 km que lo separan de Buenos Aires en el debut
en la B Nacional contra Chacarita. Se multiplicó el Riverplatense copando
canchas y hoteles en cada excursión al interior del país, no ya como una
cultura del aguante boba sino como una recuperación de la identidad colectiva
que nos permita volver a ser.
El resto de la historia reciente es conocida. Ramón,
Ramirazo, Campeón local, Muñeco, Parapam, #2VecesEn6Meses y la final con Tigres
que 19 años después nos devuelve al aeropuerto Narita de Tokio. Entre lágrimas,
lluvia y abrazos me puse a pensar en aquella tarde contra Chacarita. Y lo
disfruté un poco más.
Fuimos muchos, con diferentes grados de participación y
responsabilidad, los que ayudamos a reconstruir esos pedacitos en cimientos
para volver a ser. Y somos muchos los que tenemos la obligación de crear
conciencia manteniendo la memoria en los más jóvenes de la importancia
deportiva y social del más grande, exigir a los que mandan y controlar las
decisiones que se tomen, con el norte siempre en el éxito colectivo. Para no
volver, a caer.
@Maurelo
@Maurelo